PROFUNDIZANDO SOBRE...DE RE AEDIFICATORIA. RETÓRICA Y ARQUITECTURA

De re aedificatoria, el tratado de arquitectura de Leon Battista Alberti (1404-1472), emulando el De architectura libri decem de Vitruvio, se compone de diez libros. El propio Alberti especifica el contenido de cada uno de estos libros que se estructura siguiendo la famosa tríada vitruviana, de acuerdo con la cual, la firmitas, la utilitas y la venustas se constituyen en las tres condiciones que debe reunir todo edificio: 

  • en el primero se dedicará al “diseño” (lineamenta); 
  • en el segundo, a los “materiales” (materia); 
  • en el tercero, a la “obra” (opus); 
  • en el cuarto, a las “obras de uso común” (universorum opus); 
  • en el quinto, a las “obras de uso restringido” (singulorum opus); 
  • en el sexto, a la “ornamentación” (ornamentum)
  • en el séptimo, a la “ornamentación de los edificios religiosos” (sacrorum ornamentum); 
  • en el octavo, a la “ornamentación de los edificios públicos civiles” (publici profani ornamentum);  
  • en el noveno, a la “ornamentación de las construcciones privadas” (privatorum ornamentum) y; 
  • en el décimo, al “mantenimiento de los edificios” (operum instauratio).
De acuerdo con esta línea argumental, en que “la estructura intelectual” albertiana se deriva de las tres condiciones requeridas por Vitruvio, De re aedificatoria se ocuparía en los tres primeros libros (dedicados al diseño, los materiales, y la obra) de la firmitas; en los libros cuarto y quinto (dedicado a las obras de uso común y a las obras de uso religioso), de la utilitas, y en los libros sexto, séptimo, octavo y noveno (sobre la ornamentación en general y la propia de cada tipo de edificio), de la venustas

Una vez descriptas las partes que componen la res aedificatoria (el medio ambiente -regio-, el área -area-, la repartición -partitio-, el muro -paries-, la cobertura -tectum- y la apertura -apertio-), Alberti precisa que cada una de estas partes deberá atenerse a los criterios que exigen considerar su adaptación al uso (ad usum commoda) y la salubridad (saluberrima), su firmeza y duración (ad firmitatem perpetuitatemque) y su gracia y hermosura (gratiam et amoenitatem). 

En el inicio del libro VI, Alberti vuelve a remitirse a esta famosa tríada vitruviana para argumentar el recorrido emprendido en los primeros cinco libros y justificar el contenido de los que restan, imponiéndole una jerarquía a estos tres criterios a los que debe subordinarse la construcción: el conseguir la gratia y la amoentitas se revela, en este ocasión, sin embargo, una empresa aún más destacada en el arte de la construcción que la obtención de la firmitas y la utilitas.





En sus tratados sobre arte, Alberti da cuenta de los límites que plantea la sola imitación de la naturaleza, presentando, en su lugar, el doble proceso que debe seguirse en toda creación artística: la imitatio y la electio. La imitatio de la naturaleza se presenta en tal sentido como una etapa fundamental de la conformación de la obra, en la medida en que el artista no extrae el modelo a representar de su interior, sino que debe buscarlo por medio de la observación y la experimentación de la naturaleza. 

En De re aedificatoria, Alberti, parangonando el arte de la construcción con las “obras” de la naturaleza, define al edificio como un cuerpo, reclamando que sea construido emulando las formas creadas por la naturaleza. Esta invitación a superar la naturaleza e, incluso, a plasmar en la obra de arte algo que no se encuentra en la realidad, se expresa en la obra albertiana en la doble nomenclatura que recibe el arquitecto como artifex e inventor.

La trasposición de las categorías de la retórica clásica a las artes visuales y a la arquitectura no es una mera cuestión de nomenclaturas, sino que se encamina a trazar los fines propios del arte arquitectónico, cuya “racionalidad” debe ser transmitida al espectador-ciudadano. En esta última dirección, Alberti da ingreso a un concepto central de su tratado de arquitectura, el ornamentum (elemento auxiliar de la pulchritudo, de la belleza “innata”), al que dedica cuatro de los diez libros que componen De re aedificatoria (VI, VII, VIII, IX). 

Alberti dedica varios párrafos al presupuesto de la construcción, señalando la importancia de atenerse a un término medio entre los presupuestos excesivos e insuficientes. El arquitecto y el comitente pueden y deben encontrar los fundamentos de esta elección no sólo en la naturaleza, sino también en la historia, donde se encuentra sedimentada la racionalidad y la irracionalidad humana. Es la historia, en definitiva, la que enseña, por ejemplo, que en la república romana la moderación presupuestaria formaba parte de una sobriedad en las costumbres. Alberti, de este modo, da cuenta de una relación dialéctica entre la ciudad y el ciudadano, entre el edificio y el hombre:

                “Observo en nuestros antepasados que los más prudentes y comedidos recomendaban vivamente, así como en general en la vida pública y privada, también en el arte edificatorio (re aedificatoria), la moderación (frugalitatem) y el ahorro y que consideraron que cualquier forma de lujo debería ser eliminada y arrancada de raíz entre los ciudadanos; y hallo que se encaminaron a tal fin con todo su esfuerzo y dedicación, tanto mediante consejos como por medio de leyes.”

La búsqueda de modelos en la antigüedad, en lo referido al presupuesto y a las costumbres, tiene su coronación en el abordaje de la “historia” de la arquitectura antigua, a la que Alberti remite para prescribir la sobriedad a la hora de mentar y ejecutar el edificio. La teoría arquitectónica albertiana, en tal sentido, alega a favor de una belleza sobria, generadora de una voluptas (un placer de la razón y los sentidos), que incita, justamente, a la moderación. La voluptas es, por tanto, fruto de un compromiso racional, tornándose posible merced a un ejercicio de meditación sobre la realidad. 

En este último sentido, la formulación del diseño de la obra se amplía respecto de su significación primera: no se trata sólo de meditar las formas y condiciones propias de la existencia futura del edificio, sino de hacerlo de acuerdo a las posibilidades y límites del hombre. El razonar del arquitecto es, en última instancia, un razonar del hombre sobre sí mismo, sobre sus límites y sobre sus capacidades. En este sentido, la arquitectura se presenta como una “filosofía concreta, una actividad en la cual la mente no pierde nunca contacto con la realidad”.

Conclusión

Alberti en lugar de adoptar el título de la obra de Vitruvio, De architectura, escoge llamar a su tratado De re aedificatoria. Esta elección cobra plena significación cuando se la sitúa en el campo del derecho canónico, que Alberti estudió en la universidad de Bolonia. Tomando en cuenta esta acepción, es posible comprender que "Alberti no disertará sobre una cosa. Se interrogará sobre la naturaleza de una actividad creadora, la edificación. Su cuestionamiento es único en la historia de los tratados".

Alberti, específicamente, indaga en la naturaleza del acto constructivo sobre la base de un cuestionamiento de la naturaleza humana: edificar el edificio y la ciudad es también edificar al hombre, hacer de este un ciudadano. Para conseguir este fin, la res aedificatoria no sólo se atiene a un método racional y preciso, sino que Alberti le atribuye también un destino: el de penetrar en el alma del hombre. De acuerdo a este destino, la arquitectura teorizada por Alberti desnuda las ambiciones propias de la retórica. 


Bibliografía:

  • Valdearcos, E. (2008). El Renacimiento: Quattrocento italiano y arte flamenco. Clío34.
  • Gowing, L. (2006). Historia del arte. Madrid: Folio.
  • Wittkower, R. (1995). La arquitectura en la edad del Humanismo. Madrid: Alianza Editorial. 
  • Sverlij, M. (2014). Retórica y arquitectura: De Re Aedificatoria de Leon Battista Alberti. Rétor, 4 (2), 200-219.

Fuente de las imágenes utilizadas: Wikimedia Commons.


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